domingo, 19 de abril de 2009
miércoles, 15 de abril de 2009
Proyecto de recuerdo 3.2
Y cuando despiertes y salgas al balcón el sol dará esa luz blanca que te dije. Te sorprenderá muchísimo, en el sur te digo yo que la luz es mucho más amarilla, aunque tu no lo hayas notado, por la costumbre...
Tendrás que tomarte el café apoyada en la barandilla, con la nariz alta y los ojos muy abiertos, porque si no te va a saber a flores.. que los nardos ya están a punto de caramelo y el jazminero dice que se quiere meter en la habitación..
...
Me rozas la cintura con la yema de los dedos. Y estoy segura de que acabas de dibujar algo, o tal vez estés pulsando una tecla o una cuerda.
Lo comentaría, pero creo que ahora las palabras no pegan demasiado.
Y como mis poros se acercan a tí y se revolucionan, concluímos (sin decirlo) que los abrazos son una gran costumbre del ser humano y que debemos practicarlos nosotros también. Pero me parece que no estamos seguros, porque no dejamos de temblar y estamos poniendo unos gestos muy raros. Además, creo que tengo que mirarte a los ojos en todo momento y que es mejor si no me río, pero por momentos no puedo evitar romper esta atmósfera tan sobria y tan sistematizada...
...
Hay que ver que estético es todo esto pero que poco útil!
...
...Shut me up. ..Shut me up. ..And I'll get along with you.
Tendrás que tomarte el café apoyada en la barandilla, con la nariz alta y los ojos muy abiertos, porque si no te va a saber a flores.. que los nardos ya están a punto de caramelo y el jazminero dice que se quiere meter en la habitación..
...
Me rozas la cintura con la yema de los dedos. Y estoy segura de que acabas de dibujar algo, o tal vez estés pulsando una tecla o una cuerda.
Lo comentaría, pero creo que ahora las palabras no pegan demasiado.
Y como mis poros se acercan a tí y se revolucionan, concluímos (sin decirlo) que los abrazos son una gran costumbre del ser humano y que debemos practicarlos nosotros también. Pero me parece que no estamos seguros, porque no dejamos de temblar y estamos poniendo unos gestos muy raros. Además, creo que tengo que mirarte a los ojos en todo momento y que es mejor si no me río, pero por momentos no puedo evitar romper esta atmósfera tan sobria y tan sistematizada...
...
Hay que ver que estético es todo esto pero que poco útil!
...
...Shut me up. ..Shut me up. ..And I'll get along with you.
domingo, 12 de abril de 2009
El regalo roto.
- Ya debes estar preparado, es tu turno. Coge la bolsa..
. . .
Y así, pasado un instante, fue capaz de ver la luz del mundo de las sensaciones. Formas que se acercaban y se alejaban, lo cogían. Ruido. Por alguna razón le hacían sentir miedo...
Era el protagonista, acababa de dar comienzo su vida.
. . .
- A cada alma se le asignó una bolsita con monedas.
- Pero, usted no advirtió de que estuvieran rotas.
- Es la manera de mantener el equilibrio. Además llegado un punto, la mente humana ha sentido tanto que las monedas pierden valor. Ya no eres suficientemente fuerte para sostener tu bolsita.
. . .
Al comienzo su bolsita era gigante. Se escondía detrás de ella para no ver a aquéllos que sostenían una casi vacía.
También había visto a compañeros suyos tropezar con una piedra en el camino y desprenderse de la bolsita. Incluso habían habido compañeros a los que le habían tirado la bolsita al suelo.
Y cada vez que una bolsa a su alrededor se vaciaba recordaba el olor a jazmín del jardín de su abuela.
. . .
- Pero..
- Todas las bolsitas tienen una grieta. Continuamente adquirías experiencias y cargabas recuerdos. Tú decidías qué adquirir.
- mmm.. También tiene que aclararme por qué mis monedas eran de oro, y las de otros de plata, y las de otros de madera y no tenían ningún valor..
. . .
Y así, pasado un instante, fue capaz de ver la luz del mundo de las sensaciones. Formas que se acercaban y se alejaban, lo cogían. Ruido. Por alguna razón le hacían sentir miedo...
Era el protagonista, acababa de dar comienzo su vida.
. . .
- A cada alma se le asignó una bolsita con monedas.
- Pero, usted no advirtió de que estuvieran rotas.
- Es la manera de mantener el equilibrio. Además llegado un punto, la mente humana ha sentido tanto que las monedas pierden valor. Ya no eres suficientemente fuerte para sostener tu bolsita.
. . .
Al comienzo su bolsita era gigante. Se escondía detrás de ella para no ver a aquéllos que sostenían una casi vacía.
También había visto a compañeros suyos tropezar con una piedra en el camino y desprenderse de la bolsita. Incluso habían habido compañeros a los que le habían tirado la bolsita al suelo.
Y cada vez que una bolsa a su alrededor se vaciaba recordaba el olor a jazmín del jardín de su abuela.
. . .
- Pero..
- Todas las bolsitas tienen una grieta. Continuamente adquirías experiencias y cargabas recuerdos. Tú decidías qué adquirir.
- mmm.. También tiene que aclararme por qué mis monedas eran de oro, y las de otros de plata, y las de otros de madera y no tenían ningún valor..
jueves, 9 de abril de 2009
La luz. (Proyecto de relato con el argumento por asignar).
Las tres de la mañana no eran un momento agradable para despertar de repente.
Por supuesto no era la primera vez que le pasaba. Tan pronto como fue consciente de que estaba despierta, decidió no abrir los ojos mientras torpemente estrellaba sus dedos helados por la superficie de aquella pared blanca, que en algún lugar, infinitamente pequeño e infinitamente recóndito, escondía al interruptor.
Sólo una vez había comentado la figura del hombre mayor que una noche la sorprendió desde los pies de su cama. La receptora de aquella historia, por lo que contaba, también había vivido algo parecido (sorprendentemente parecido), y esto brindó a las dos chicas la oportunidad perfecta para embarcarse con una semidesconocida en el místico e indulgente campo de las conversaciones sobre fenómenos maravillosos.
El encuentro con aquel hombre se dio en una cantidad de tiempo relativa: tal vez un segundo, tal vez cinco, tal vez no había habido ningún hombre. Lo que la aterrorizaba era encontrar esa figura exacta que su mente había acordado con su propia imaginación, como en esas pesadillas en las que una pequeña parte de su inconsciencia se revelaba de repente en medio de la trama y confesaba al resto cual era exactamente la situación terrible que sería incapaz de soportar.
Encendió la luz y no había nada ni nadie.
Entonces de repente se sintió una chica corriente y además bastante sola.
Por supuesto no era la primera vez que le pasaba. Tan pronto como fue consciente de que estaba despierta, decidió no abrir los ojos mientras torpemente estrellaba sus dedos helados por la superficie de aquella pared blanca, que en algún lugar, infinitamente pequeño e infinitamente recóndito, escondía al interruptor.
Sólo una vez había comentado la figura del hombre mayor que una noche la sorprendió desde los pies de su cama. La receptora de aquella historia, por lo que contaba, también había vivido algo parecido (sorprendentemente parecido), y esto brindó a las dos chicas la oportunidad perfecta para embarcarse con una semidesconocida en el místico e indulgente campo de las conversaciones sobre fenómenos maravillosos.
El encuentro con aquel hombre se dio en una cantidad de tiempo relativa: tal vez un segundo, tal vez cinco, tal vez no había habido ningún hombre. Lo que la aterrorizaba era encontrar esa figura exacta que su mente había acordado con su propia imaginación, como en esas pesadillas en las que una pequeña parte de su inconsciencia se revelaba de repente en medio de la trama y confesaba al resto cual era exactamente la situación terrible que sería incapaz de soportar.
Encendió la luz y no había nada ni nadie.
Entonces de repente se sintió una chica corriente y además bastante sola.
...
miércoles, 1 de abril de 2009
Ella, ella.
Allí estaba, era ella. Era ella.
No me reconoció al cruzar la pasarela improvisada que le habían concedido los taburetes del bar, y así pude observarla un rato.
Se sentó tranquila, parecía que no le daba miedo haber llegado sola. Yo esperaba esa actitud y eso me hundió más. Quizá estaba acostumbrada, tal vez ese tipo de encuentros fuesen habituales en su misteriosa vida, que tanto me atraía hasta engancharme y hacerme despreciarlo todo.
Y allí estaban sus manos huesudas y blancas, vestidas con esos anillos antiguos que tal vez eran regalos. Y sus manos sostenían la carta de los cafés que le tapaba la cara, y me fijé en su falda larga morada y en su forma de mover los pies. Estaban quietos y juntos y vestían unos zapatos negros con un lacito como los de mi madre en su juventud en el pueblo, o eso me imaginé yo.
Detrás de la carta de los cafés estaban sus ojos pálidos y azules. Esos ojos no existen en este país. El azul de sus ojos no es un azul aproximado, no es el adjetivo cedido a cualquier color índigo o llamativamente claro..
Encima estarían sus cejas castañas y amplias, inusuales y discretas, que delataban que se había oscurecido el pelo, que aquél día estaba resignado a permanecer escondido detrás de la cara, en un recogido eminente.
La gente la miraba y temía que alguien la reconociese, o tal vez lo deseaba, así se quedaría más tiempo.
Bajó la carta de los cafés cuando el camarero se acercó a ella. Mientras bajaba la carta ya estaba sonriendo. Pidió algo.
El tiempo estaba pasando, ya era tarde. Decidí que me iba a acercar a ella y aquéllo sería sólo lo rigurosamente tenso. Me lo pensé unas veces más, y no pude. Era ella, ella, y estaba ahí. Y yo era yo, irremediablemente, y seguiría siendo yo cuando me acercase a hablarle.
Se fue un rato después de acabarse el café. Atravesó de nuevo la pasarela con su sublime figura y su infragmentable entereza y el bar se quedó solo, en un murmullo multitudinario de protesta impotente.
No me reconoció al cruzar la pasarela improvisada que le habían concedido los taburetes del bar, y así pude observarla un rato.
Se sentó tranquila, parecía que no le daba miedo haber llegado sola. Yo esperaba esa actitud y eso me hundió más. Quizá estaba acostumbrada, tal vez ese tipo de encuentros fuesen habituales en su misteriosa vida, que tanto me atraía hasta engancharme y hacerme despreciarlo todo.
Y allí estaban sus manos huesudas y blancas, vestidas con esos anillos antiguos que tal vez eran regalos. Y sus manos sostenían la carta de los cafés que le tapaba la cara, y me fijé en su falda larga morada y en su forma de mover los pies. Estaban quietos y juntos y vestían unos zapatos negros con un lacito como los de mi madre en su juventud en el pueblo, o eso me imaginé yo.
Detrás de la carta de los cafés estaban sus ojos pálidos y azules. Esos ojos no existen en este país. El azul de sus ojos no es un azul aproximado, no es el adjetivo cedido a cualquier color índigo o llamativamente claro..
Encima estarían sus cejas castañas y amplias, inusuales y discretas, que delataban que se había oscurecido el pelo, que aquél día estaba resignado a permanecer escondido detrás de la cara, en un recogido eminente.
La gente la miraba y temía que alguien la reconociese, o tal vez lo deseaba, así se quedaría más tiempo.
Bajó la carta de los cafés cuando el camarero se acercó a ella. Mientras bajaba la carta ya estaba sonriendo. Pidió algo.
El tiempo estaba pasando, ya era tarde. Decidí que me iba a acercar a ella y aquéllo sería sólo lo rigurosamente tenso. Me lo pensé unas veces más, y no pude. Era ella, ella, y estaba ahí. Y yo era yo, irremediablemente, y seguiría siendo yo cuando me acercase a hablarle.
Se fue un rato después de acabarse el café. Atravesó de nuevo la pasarela con su sublime figura y su infragmentable entereza y el bar se quedó solo, en un murmullo multitudinario de protesta impotente.
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