lunes, 26 de julio de 2010

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La otra, se justifica, luego se autojustifica. Nos convence, y aquí todas nos ponemos en su lugar. La pena es que aquí está todo el pescado vendido y ya no podemos rebotarnos y perder el control.

La otra anda rápido por la acera y lamenta no tener bolsillos en el pantalón. No se muerde el labio en público y detesta tener que usar el transporte público, no sabe cómo se tiene que dirigir al conductor, no sabría qué cara poner ni qué decir si le hablasen. Se descompondría, si acaso. Levanta más una ceja que la otra al sonreir y cuando por fin llega a la tienda de ropa, necesita salir urgentemente. No soporta que los pasillos del mercadona sean tan estrechos. No soporta que la tronista no se de cuenta de que Iván es un maltratador. Sonríe delante de la tele. A poder ser esta noche no sale, ahí fuera no hay nadie esperando realmente. Nos grita y no nos deja dormir a las demás por aquélla fatídica tarde de 1996 en la que nos caímos del columpio queriendo saltar cuando estábamos en la parte más alta para que nos viese El Rubio y por el incidente en 1999 en el que después de una despedida formal, volvimos.