lunes, 30 de enero de 2012

Unas cuantas estaciones sin parada

Era verano del 96. Yo comía un trozo de bizcocho de naranja y supongo que tenía la boca un poco seca, como siempre me pasa con el bizcocho. Estaba en mi cuarto. Estaba muy cerca de estar vacío, tenía el colchón en el suelo y una doble altura que yo utilizaba para leer. Tenía dos ventanas opuestas, que por eso mismo competían por ofrecer las mejores vistas: Oriente, que tenía el mar, y poniente, que tenía la sierra y un pueblecillo.
Sonaba Blackberry Stone de Laura Marling, aunque por aquel entonces ella debía tener 5 años. Por la luz dorada que se proyectaba de la ventana de poniente deduje que eran alrededor de las 8 de la tarde.

Salí de mi pequeño hogar y me ví en el patio-azotea común. Mi habitación componía una de las muchas esquinas de aquel lugar inmenso y altísimo, última planta de una unidad habitacional suspendida en Marsella.
No había nadie más fuera de su cuarto pero todas las puertas estaban abiertas y de cada una se escapaba un aroma que me atraía curiosa, con los ojos bien abiertos.
Esa tarde encontré fuera también a un chico. Valiente. No debimos hablar mucho, o quizás de nada diferente, porque no lo recuerdo, pero me cogió fuerte de la mano y lideró mi búsqueda, y los dos trotábamos muy rápido por los pasillos de todas las plantas.
Y así la conocí a Ella, que estaba boca arriba en paz en su cama, con una leve sonrisa y en silencio, y le daba la luz tenue, que usaba de sábana. Nos acurrucamos a su lado y nos abrazamos, y más tarde, llegaría la noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario